Non podo por menos, de publicar algo que me gustaria escribir eu, pero a miña capacidade esta disminuida, ainda que este articulo subeme a autoestima, polo que me toca.
TITIRISPAIN
El otro
día me dijo mi prima que había leído un post mío, de este mismo blog,
por error. Había entrado porque creyó que estaba hablando de política y,
al cabo de un par de párrafos se encontró que, de nuevo, cómo no, lo
estaba haciendo de una peli.
Esto me
hizo mucha gracia y, además, me recordó que hacía mucho tiempo que no
escribía del mundo real. Quizá porque el mundo real es mucho más gris,
desafortunado y cabreante que el mundo del cine, de los comics y de la
literatura. Sin embargo, últimamente están pasando cosas que rozan el
delirio y el sinsentido, tanto que uno llega a plantearse si en algún
punto se ha tomado la cápsula del color incorrecto y en vez de la
realidad asiste a un programa de variedades programado por un becario
sin gusto.
El colmo
del surrealismo, como no podía ser menos, ha sucedido en plenos
carnavales, una época en la que el pobre se disfraza de rico, el rico de
pobre, la monja de puta, el pivot de Torrebruno y el obeso mórbido se
calza un tutú y unas mallas. Una época de mofa y befa en la que la
sátira bestial, la protesta humorística y el pataleo a ritmo de
chirigota inunda las calles. Algo que, aunque viene sucediendo, de forma
sana, desde tiempos inmemoriales, hay gente que no entiende. Esa gente
que no sabe reír, que piensa que el humor es perjudicial y que cree que
un chiste sobre capacidades de automóviles y presos judíos es digno de
cárcel.
Todo el que haya visto “El nombre de la rosa” sabe que esa gente es peligrosa.
Vayamos a
los hechos que provocan que yo acabe pensando que estoy viviendo en un
experimento sociológico al estilo de “El show de Truman”.
En
plenos carnavales, en Madrid, se representó un espectáculo de guiñol
titulado “La bruja y Don Cristóbal: a cada cerdo le llega su San
Martín”.
Antes de
continuar, hagamos una breve parada. Sí, ya sé que a este ritmo este
post se va a hacer eterno, pero es lo bueno de escribir desde el espacio
exterior sin que nadie te marque un número máximo de palabras.
Hagamos
una parada, como decía, para explicar qué es un guiñol, sus orígenes,
sus máximos exponentes a lo largo del planeta y común denominador de lo
que suelen contener sus esquemáticos argumentos.
El
teatro de guiñol, los muñecos de guante o los títeres de cachiporra, son
representaciones teatrales en las que muñecos de tela representan a
buenos y malos que, entre un buen número de malentendidos, tretas,
argucias y engaños, se van dando cachiporrazos hasta que se deja
noqueado al gran maloso de turno. En general, ya que se trata de un arte
que lleva a cabo el pueblo llano, el malvado suele pertenecer a los
altos estamentos de la sociedad (ricachones, la iglesia, el poder
judicial…) y los protagonistas suelen pertenecer a las capas bajas. Es
la eterna y violenta lucha de clases a golpe de bastón.
Sus
orígenes se remontan a la edad media y en cada país tenía sus
características. En Francia tenemos a Guignol, un joven obrero de buen
corazón que se ríe de todo y de todos, en Italia a Pulcinella, un tipo
mucho más oscuro, rufián, alcahuete y filósofo que apalea y es apaleado
sin compasión, en Inglaterra a Punch y Judy, el primero, un tipo
simplón, pobre, violento y sin código de honor que lucha contra los
poderosos y explotadores que no duda en cargarse a los ricos y apalear a
su esposa Judy o tirar a su hijo por la ventana y los alemanes tienen a
Kasperle, que utiliza la mitología de los hermanos Grimm para dar lugar
a historias rocambolescas, más infantiles y menos violentas que sus
hermanos europeos.
En
España tenemos también una enorme tradición en el títere de la
cachiporra y el mayor exponente quizá sea la obra de Federico García
Lorca “Los títeres de cachiporra. Tragicomedia de Don Cristóbal y la
señá Rosita. Farsa guiñolesca en seis cuadros y una advertencia”. En
ella, el tal Don Cristóbal es un ricachón malencarado que, cachiporra en
mano, quiere desposar a una joven. Éste se encuentra con la madre de
Doña Rosita, llegan a un acuerdo y la joven Rosita se ve obligada a
casarse con el malísimo millonario. Pero Doña Rosita tiene ganas de
marcha y se las ingenia para verse con sus amantes, con los cuales tiene
unos cuantos hijos. Esto provoca la ira de Don Cristóbal que la
emprende a golpes con todo bicho viviente, bebés incluídos.
Como vemos, tampoco es que el argumento del genial Lorca parezca muy para niños.
Y ahora que estamos algo situados en la tradición del teatro de títeres, volvamos al presente.
Como
decíamos antes de la parada en boxes, en estos carnavales, una compañía
llamada “Títeres desde abajo”, representó una obra de guiñol llamada “La
bruja y Don Cristóbal: a cada cerdo le llega su San Martín”. En medio
de la obra, en la que había niños, un padre se sintió insultado o
violentado o ultrajado o qué sé yo y llamó a la policía. Después de
llevarse detenidos a los titiriteros, el fiscal los ha acusado de
enaltecimiento del terrorismo, un delito grave donde los haya y el Juez
ha decretado prisión preventiva sin fianza, en teoría por el peligro de
que los artistas pudieran volver a representar la obra con nocturnidad y
alevosía.
¿Pero
qué carajo se representaba en aquel teatro para ser acusados de un
delito tan grave? ¿Estaban los titiriteros tratando de lavar el cerebro
de los inocentes infantes a base de esvásticas, serpientes enroscadas en
hachas y manos levantadas en saludos fascistas?
Para
responder a todas estas preguntas, no tenemos otra que acudir al
argumento de la obra y ver qué se habían inventado los comediantes.
En la
representación, una bruja es la okupa de una vivienda vacía. Allí vive
plácidamente hasta que aparece el propietario que, aprovechándose de la
situación, viola a la bruja. En el forcejeo, en medio de la violación,
la bruja acaba matando al propietario, pero se queda embarazada. Al
nacer el niño, aparece una monja, que trata de arrebatárselo a la bruja,
también pelean y la monja acaba palmando también. Después de esto,
aparece por allí un policía, que le da una paliza a la bruja y la deja
inconsciente. Para incriminarla, el policía decide manipular la escena y
construye un montaje mientras la bruja está noqueada, colocándole
delante una pancarta en la que se ve escrito “Gora Alka-Eta” y
haciéndole una foto. Con estas pruebas, acude al juez que decide mandar a
la bruja a la horca. Sin embargo, la bruja acaba engañando al juez y,
en un descuido, el ahorcado es él.
Como
vemos, con este argumento típico de la tradición del títere de
cachiporra, lo que se pretende es mostrar una sátira contra diversos
sectores de la sociedad y, en concreto, en la parte más polémica, sobre
supuestas actuaciones policiales consistentes en montajes que inculpan a
inocentes. Para ello, se hace un chiste malísimo fusionando “Al-Qaeda”
con “ETA” en un cartel.
Después
de ésto, que dé un paso al frente todo el que crea que este chiste malo
pueda constituir un delito de enaltecimiento del terrorismo. Y, ya de
paso, que me explique alguien cómo un fiscal o un juez imparcial, que
haya leído esta obra, puede pensarlo.
Estos
son los hechos. Una obra que no estaba pensada para público infantil fue
representada delante de niños. Unos padres se han quejado. Podemos
llegar a la conclusión de que alguien ha hecho mal su trabajo
programándola donde no debía o informando sobre la misma de forma
incorrecta e incluso podríamos pensar que los propios titiriteros
podrían haber hablado antes con el público asistente y explicar que lo
que estaban a punto de representar era para adultos. Pero el caso es que
estos dos tipos están en prisión, acusados de un delito grave y hay
otra demanda impuesta al propio Ayuntamiento de Madrid por el mismo
delito.
Y lo que
me extraña aquí es que los mismos ciudadanos no hayan protestado
enérgicamente contra todos los que han forzado esta situación. Los
políticos que han utilizado una anécdota para calumniar llevados por el
síndrome de abstinencia de poder, el poder judicial que ha actuado con
parcialidad y estupidez (algo que seguirá pasando mientras sus miembros
sean designados por el ejecutivo saltándose a la torera la separación de
poderes) y los medios de comunicación que se han dedicado a vociferar
medias verdades y mentiras completas para manipular unos hechos muy
claros y fácilmente comprobables.
Y es que
nos hemos acostumbrado al fanatismo a través del cual apreciamos como
normal estos ataques políticos sin sentido. Y para nada, por muy
habituales que sean, deberíamos verlos como normales. Para nada nuestra
ideología o nuestro voto nos deberían impedir la búsqueda de la verdad y
el castigo severo (en forma de votos, no de cachiporrazos) de los que
intentan manipularnos.
Es más,
yo incluso diría que nuestro deber moral sería vigilar y valorar de
forma más dura y atenta a aquellos en quien hemos depositado nuestra
confianza a través de las urnas.
Porque
sí, por desgracia se ha hecho muy habitual ver a los políticos del PP
atacar a cualquiera que no sean ellos, faltos de toda autocrítica, sobre
todo desde que han ido perdiendo el poder que les permitía hacer lo que
les viniese en gana, acallar voces críticas con leyes desproporcionadas
y enriquecerse gracias al empobrecimiento de la gran parte de la
población. Es habitual y cabrea pero, desgraciadamente, es esperable.
Lo que
no me parece esperable es que el propio Ayuntamiento no se muestre firme
ante estos ataques y la propia Manuela Carmena salga diciendo que habrá
que ver los hechos y habrá que valorar si Celia Mayer, la responsable
de cultura en la ciudad, debe seguir en su puesto.
Señora
Carmena, no se puede uno llevar bien con todo el mundo. Cuando los demás
atacan sin ningún asomo de ética ni raciocinio, no queda otra cosa que
plantarse y decir que eso no es verdad. No vale el dudar de su propio
equipo dejándose llevar por el tsunami de insultos. Hay que saber decir
no, de forma asertiva y respetuosa, pero firme. Si la atacan a usted por
aparecer con una flor en una portada, si atacan a Guillermo Zapata por
un chiste en twitter en medio de una discusión sobre los límites del
humor, si atacan a Rita Maestre por una protesta en una capilla sobre la
supuesta laicidad de las universidades, debería usted plantarse y decir
no. No se tolera el ataque irracional si pretendemos cambiar la forma
de hacer política desde las instituciones.
Tampoco
entiendo cómo nos estamos instalando, de forma clara y bochornosa, en la
cultura del fanatismo. Si yo voto a los amarillos, entonces lo que
digan los amarillos es la verdad absoluta, sin ninguna crítica. Da igual
que roben, engañen y mientan, yo soy amarillo, amarillo, amarillo. Y es
algo que pasa con la política, con el deporte y con todo lo que tenga
bandos.
¿Que un jugador de tu equipo ha sido denunciado por maltratar a su mujer? La puta era ella.
¿Que todos los diputados de una comunidad autónoma están imputados por financiación ilegal? Los otros también roban.
¿Que el
nuevo partido cambia de discurso a cada rato e incurre en
contradicciones encadenadas antes incluso de poder gobernar? Al menos no
roba.
¿Que una
señora ha visto cómo su marido estafaba y se enriquecía con fondos
públicos? Es que es de la realeza, no se puede juzgar.
¿Que una
señora ha visto cómo su pareja estafaba y se enriquecía con fondos
públicos? Es que es la más grande y hace unos gorgoritos como los
ángeles.
Y así con todo.
Tal es
el fanatismo y la estrechez de miras que guárdate tú de comentar, en tu
círculo de amigos, aquellos que piensan parecido a ti y que te quieren,
que un político de ideales diferentes a los vuestros ha presentado una
propuesta que te parece buena. No hay más discusión, eres un facha o un
rojo, lo que toque en cada caso y te has vendido al enemigo.
Hemos
cambiado el debate por la discusión furibunda, la pregunta por la
acusación, la idea por el slogan, la crítica por el fanatismo, la duda
por la adhesión irracional. Y no nos engañemos, todo esto es culpa
nuestra, del pueblo, los políticos tan sólo se aprovechan de ello.
Vivimos
en un mundo en el que el acceso a la información es más sencillo e
inmediato que nunca pero preferimos vivir en la ignorancia, sentirnos
parte de una masa que nos da palmadas en la espalda por miedo a
sentirnos rechazados aunque debamos dejar de utilizar las neuronas. En
un mundo polarizado donde situarse en tierra de nadie, donde elegir no
llevar una bandera o una camiseta de colores determinados significa
llevarse hostias de todos los bandos.
Vivimos
en nuestra propia obra surrealista de títeres de cachiporra y nos
indignamos cuando vemos la realidad representada ante nuestros ojos. La
parodia fractal elevada al paroxismo.
¡ Genial ! Puede decirse más alto,no más claro.
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