sábado, 8 de agosto de 2009

Calila y Digma (versión mía)

AVARICIA FATAL
Durante toda su vida no había hecho otra cosa que trabajar duro. Las cosas le habían ido bien y logró amasar una gran fortuna. Tenía una mansión en vez de una casa. Por todos los rincones había acumulado cosas de gran valor, con el objeto de disfrutarlas más. Cuadros de pintores famosos y de reconocido valor, objetos de metales preciosos, y demás cosas, que solo sirven de adorno, pero que tienen un valor incalculable. Había en la mansión todo lo que se pudiera desear.
Cuando ya había cumplido los ochenta años, conoció una mujer joven, elegante, guapa, calculadora y fría como una estatua de Tales de Mileto.Esta mujer era consciente de la riqueza de aquel viejo, y también del enamoramiento del mismo, cosa que intentó acrecentar con sus zalamerías que a todas luces eran falsas. Solo tenía en cuenta una cosa, llegar a casarse con él, heredar, pués estaba claro que no podía durar muchos años.
Conseguido su objetivo de hacer pasar por la vicaria al viejo-ricachón, le despreció con el mayor de los descaros, pero era tanta la adoración que él sentía por ella que todo se lo pasaba por alto.
Los desprecios, ni hacian que muriera, ni que dejase de desearla.
Una noche que estaban cenando entró en la casa un ladrón, cosa que hizo que la mujer se asustara mucho y llena de ansieda se abrazó al cuello de su marido y se apretó contra él toda muerta de miedo.
Entonces el viejo, lleno de alegría, se dijo para si: ¿Cómo me da Dios tanta ventura?
Cuando se acercó el ladrón le dijo: Toma todo lo que quieras y puedas llevar, pués a ti te debo que mi mujer me abrace.
Entonces el ladrón escogió las mejores obra de arte, y joyas, junto con todo el dinero que pudo, y cuando se iba a marchar, volvió sobre sus pasos y cogiendo a la mujer por un brazo también se la llevaba, sin que esta opusiese resistencia.
Cuando iban a atravesar el dintel de la puerta, sonaron dos disparos y los dos cayeron muertos, mientras el viejo contemplaba, aquella escopeta con los adornos de oro en la culata, que un día había sido el deseo de la mayoría de tiradores que la habían visto. Entonces volviendo a su sofá favorito murmuró: Le dije que se llevara lo que quisiese, pero el que intentase llevarse a mi mujer, y ella lo hubiese consentido, era algo que no debía permitir.

Adaptación “sui géneris”de Calila y Digma, de Alfonso X. (con perdón)

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