martes, 15 de febrero de 2011

OJO CON LAS VISIONES


 Por fin había llegado el día de la semana mas ansiado por todos. Tenían por delante dos días de asueto, el Sábado y el Domingo, que eran de agradecer después de una semana de trabajo duro.
 Descansar una hora más en la cama, tomarse todo con tranquilidad, revisando y cuidando los frutos de la huerta, que ya empezaban a brotar, en definitiva, holgar algo y ayudar con la cosecha, pues en Sanabria ya se sabe, nunca pagan demasiado, y hay que ser previsores para los inviernos, que temprano o tarde, se vuelven crudos, con las nieves y heladas, y la despensa debe estar en condiciones para no pasarlas negras.
 Toribio iba pensando en todo esto, y en que era ya el último viaje para dejar personal de la obra por los distinto lugares.
 Ahora la gente iba bulliciosa, en aquel mini autobús para treinta pasajeros, que desde Puebla iba dejando por el camino hasta Lubián, que era el último. Luego regreso a Puebla, dejar el autobús y marchar a cenar a Santa Coloma, lugar en el que vivía con su familia.
 Dejó el último delante del la pensión de Agustín. Dio la vuelta, y delante del cuartel de la guardia civil, en la curva, le hicieron señal de parar. Había once personas que querían hacer el recorrido inverso.
 Inició el recorrido y al cruzar por Hedroso pidieron que parase, dos de los viajeros se quedaban allí, lo mismo que a la altura de Aciberos donde se bajaron otros dos.
 Aparte de la voces que le daban para parar, no les escuchó nada mas. Iban ensimismados, probablemente pensando en lo que haría el fin de semana. Habiá una figura, al final de todo el autobús, que por el espejo retrovisor parecía una mujer. Toda vestida de negro, con un pañuelo o capucha sobre la cabeza. Cuando se dio cuenta de su existencia, sufrió un escalofrío.
 Al pasar por Padornelo, se bajaron dos más y en las ventas de debajo de las revueltas del Suspiro, allí pidió bajarse el penúltimo.
 ¿Qué, usted va hasta Puebla?- le dijo a la mujer.
 ¡No, me bajo en el  Carranchán!- contesto ella.
  El desasosiego le inundó. Creyó entrever una faz conocida de tiempo atrás, aquella vez que había estado al borde de la muerto en un accidente en las Costas de Garraf. Se había salvado de milagro y aquella misma figura, o por lo menos así lo creía, le había guiñado un ojo, y le había dicho: ¡Te espero en el próximo!
 Se concentró en la conducción, tratando de alejar de sí aquellos pensamientos. La cartera era infernal con curvas y contra curvas. Aquellas personas que estaba dejando por la comarca eran trabajadores, de la primera variante que se hacia.
 Cuando llegaron a las proximidades del puente del Carranchan, miró por el retrovisor, esperando que le diese la orden de parada. Detrás no había nadie. La mujer se había esfumado.
 No podía ser, no hacia medio minuto que había hablado con ella. Se volvió hacia el interior del autobús, buscándola con la mirada, no había nada, pero en el descuido, sin darse cuenta casi estaba ya en el puente. La entrada era casi en ángulo recto. Iba demasiado de prisa, pensó. Pisó el freno, el autobú derrapó y se precipitó del puente abajo.
 Al día siguiente cuando rescataron el autobús, estaba dentro el conductor, Toribio, muerto y al lado había como un hábito negro, como los de los Capuchinos.

2 comentarios:

  1. ¡Cuentos de "aparecidos"! Recuerdo más de una noche de irme a la cama con el corazón encogido después de una sesión "terrorífica", escuchando a los mayores a hurtadillas.
    Un abrazo, Xabres

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  2. Parte de mis recuerdos, vienen de los famosos "fiadeiros", donde alrededor del fuego de la lareira los viejos contaban sus visiones, y algunos referian, con pelos y señales sus viajes y desdichas en América.
    Unha aperta.

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