viernes, 4 de marzo de 2011

SEMANA SANTA ZAMORANA



 Estábamos en el curso 1954-1955. El infante de 11 años iba a la escuela catedralicia, en Zamora. Para poder asistir a ella ejercía como monaguillo en una iglesia de la capital. Eran cuatro monaguillos en aquella iglesia, comandados por un sacristán de los de antes.
 Primera misa a las siete de la mañana, a las nueve clases en la escuela ubicada en la plaza Martín Erro, por un excelente maestro, que vació todo su saber en aquellos que quisieron recogerlo.
 Por las tardes-noche, de nuevo ala iglesia al rosario, o los ejercicios espirituales, dando un vistazo al pasar por los cristales semi-opacos de un café cantante que había el la plaza mayor. Solo se albiscaba algo de las pantorrillas de lo que llamaban vedettes, que cantaban e iban ligeritas de ropa. Salían, los chavales corriendo cuando desde el interior salía un señor vestido de negro y con pajarita, y una amenaza en los labios por mirar lo que no debían.
 Allí iba la flor y la nata de la ciudad, la flor y la nata masculina, incluida alguna cara conocida por los monaguillos.
 Llegó la Semana Santa. De todos es conocida la fama de estas celebraciones religiosas por su austeridad y santidad, por lo menos aparente.
 En la iglesia donde nuestro amigo monaguillo, vestía alba y roquete, había un paso muy famoso en la ciudad. Empezaba la procesión a las doce de la noche y acababa alrededor de la dos y media o tres de la madrugada.
 Me contó, el monaguillo, que a la hora de salida debían estar en perfecto orden de revista, para acompañar el Paso, llevando los faroles. También me contó, que nunca se había cansado tanto de caminar despacio, y que lo único que deseaba era que aquello terminase de una vez.
 Por fin las imágenes regresaron a la iglesia Los cuatro monaguillos  una vez dentro de la sacristía, se despojaron de las vestimentas, y se encontraron con que allí había un montón de pasteles y botellas de licores.
 Llegó el párroco, les dijo que comiesen un pastel cada uno y que podían marcharse.
 A la sacristía llegaban los curas de la iglesia, el sacristán y aquellas mujeres, que por lo que fuese, siempre estaban en la iglesia. ¡Eran las beatas!.
 Cuando habían cogido su pastel, e iban a salir, uno de los monaguillos, avisó a los otros tres, diciéndoles que se reuniesen en el cuarto de las imágenes, que tenía allí una sorpresa.
 Cada uno por su lado llegó al cuarto que estaba en penumbra. El causante de la reunión, que era el mas veterano de todos, sacó de debajo de unas andas, una botella de vino dulce y una fuente de pasteles.
 En un descuido, había “afanado” aquello, pues sabía que sería lo único que catarían junto con el pastel cogido “legalmente”
 En la penumbra y sentados en el suelo, se dedicaron a zamparse los pasteles, y beber el vino a morro por la botella.
 El vino no tardó en hacer sus efectos, y la cosa derivó en un ligero barullo, con los consabidos “no hagáis ruido” de vez en cuando, por miedo a ser descubiertos.
 Un ruido detrás de unas imágenes amontonadas en un rincón , llamó la atención de los chavales, que se acercaron a ver que era.
 Se encontraron con un cura y una beata. El cura dijo que la estaba confesando, los monaguillos salieron disparados del recinto, no sin antes ver que la beata estaba algo despeinada y con mucho color, ese que da el rubor, en las mejillas.
 Los muchachos, salieron dejando los restos de su banquete en el cuarto de imágenes, y se reunieron en su lugar de costumbre.
 Comentaron que al día siguiente, habría bronca, por lo acaecido.
 Al día siguiente cuando entraron  para ayudar a misa, iban muy preocupados, por lo que se les podía caer encima, pero ¡oh sorpresa!, no pasó nada. Nadie sabia nada de lo que había pasado. Llegaron a pensar si todos habían estado en el mismo sueño.
 De todo aquello salió una cosa buena para ellos, cada vez que ayudaban a misa al “confesor”, siempre, este soltaba unas buenas propinas.
 Nunca hubiesen creído que aquel tipo de confesiones, por el simple hecho de mantenerlas en el secreto de confesión, fuesen tan rentables para ellos.

2 comentarios:

  1. ¡Toda una historia, Xabres! ¡Qué ambiente!
    Me imagino que sería el vino dulce el que llevaría algo de "calor" a la confesión. O no.
    Abrazos

    ResponderEliminar
  2. Creo que "calor" no faltaba por la zona. Ya se sabe que la "molienda" no tiene enmienda.
    Unha aperta.

    ResponderEliminar